lunes, 5 de junio de 2023

CUATRO RETRATOS AL SON DE LAS CAMPANAS

 


Mi agradecimiento más sentido.


LAS MANOS DE C

Las manos de C. hablan con dulzura, sutileza. Ternura. Y sus palabras siguen ese ritmo corporal que perfilan su trabajo como una rúbrica antigua. Escucharlo es mirar sus manos también. Es sentir el aire que las envuelve, las vibraciones que conmueven, el vacío que nos toca el corazón. Unas manos generosas, que en su pequeña grandeza nos muestran el camino, sin caminarlo por ti. Las manos de C. no son grandes. Ni tampoco pequeñas. Son bellamente imperfectas. Sus dedos danzan al compás de una música inmemorial. Calurosas en momentos de recogimiento, decididas para dejar ir. O llegar. O parir.

Me gustan las manos de C.: hablan con dulzura de la gentileza del saberse Ser.

 

LA CURIOSIDAD

M. conserva la curiosidad del niño que sigue jugando.  Su talle robusto y los pies anclados en el barro le regalan una suerte de elegancia primaria que, a ratos, parece incomodarle. A veces se rasca el dedo meñique, y, otras, se palpa la cabeza rala mientras se sonríe a escondidas creyendo que no lo ven.  M. es grande. Muy grande. Su fortaleza surge de un lugar lejano donde el tiempo ya no es. Y pisa fuerte allá por donde pasa.  Su pisar, sin embargo, es también gozoso, flexible, curioso. Juguetón. Está en su mirar, ese recuerdo de la compasión universal.

 

LA POÉTICA DEL ESTAR

Revivir la experiencia del encuentro con la mujer de cuerpo grácil es como volver a casa tras unas largas vacaciones. Escucharla contar, y no hasta diez ni hasta mil, es perder la relevancia del tiempo. Sentirse bienvenida en la poética de un susurro, de una palabra justa. De un acuerdo tácito. Su sabor es poesía y su estar, una inspiración de la calma.

 

AFIRMACIÓN VITAL

Hay un algo que no sé lo que es pero que, si algo es, es un sí. Mirarla es valorar la belleza y la dulzura. La fuerza y la determinación. Prendarse del magnetismo de la luz de su mirada. La agilidad en su caminar y la certeza en sus palabras. Mirarla es apreciar la empatía de quien camina con tus zapatillas de estar por casa. Cercana, parecida en la humanidad del sostenerse sobre sus propios pies. Ella es un rotundo sí de la afirmación vital .

 



domingo, 9 de abril de 2023

DEJAR QUE EL RELOJ SUENE Y VIVIR



Una fotografía oculta entre las páginas de un libro.

Ver cómo un viejo persigue, encorvado, a un niño en su triciclo.

Tres galletas rancias en el cajón del pan.

Relamer la cucharilla del café tras remover la taza. Sin azúcar.

Una bandera deshilachada que hondea en el tejado.

Un gato escondido en el zarzal.

Migas en la almohada.

Una pelota extraviada en un árbol.

El mechero que no prende.

Un corazón bombea.

Una adolescente se muerde las uñas mientras espera en un banco.

Moscas en el salón.

Seis cojines en el sofá.

Ver cómo un globo de colores se eleva al cielo.

Perseguir la aurora boreal.

Dolerse.

Esperar que te llamen de repente.

Soñar.

Decir que no.

Mordisquear los tapones de los bolígrafos.

Dejar de comer pollo.

Abrir un clip.

Barrer las motas de polvo.

Leer y no entender.

Amar y no llorar.

Padecer la soledad de estar rodeado de gente.

Compilar agujas de coser, tapones de los oídos y suelas rotas.

Dejar que el tic tac suene.

Y

Vivir.

 


lunes, 19 de septiembre de 2022

HAY GENTE

 



Hay gente que llora y grita. Hay gente que ríe sin más. Los hay que, sin darse cuenta que detrás de la lágrima infinita, hay un manto de fuego. Los hay que se despiertan una mañana a la luz del sol y saludan a sus ojos en el espejo.

Los hay que caminan sin saber a dónde van.

Hay gente que retiene su miedo dentro. Muy adentro. Y de tanto esconderlo ya no se atreven ni a vivir.

Hay gentes que cantan, gentes que escriben, gentes que loan y gentes que no. Hay gente que pide y gente que exige.

Hay gente que da y no sabe querer.

Los hay que a veces aprenden a olvidarse de sí mismos y su amor ya no vale nada, porque dan lo que no tienen. Hay gente que pinta y gente que baila. Hay gente que se queda anclada en su tierra y no se atreven a volar. Y los hay que surfean, y saltan, y viajan. Por fuera. Y por dentro. Los hay que a veces se enojan y explotan. Hay gente caprichosa, gente voluble, sutil, gente voluminosa y gente transparente.

Los hay que a veces se esconden.

Hay gente incomprendida, hay gente perfecta, los hay perfeccionistas y divertidos. Perfeccionadores y temerosos. Hay gente que no. Y hay que gente que a veces.

Hay gente que sí. Siempre.

Hay gente inconstante y gente burlona. Borrosa, picajosa, rara y pegajosa. Hay gente que olvida y gente que perdona. Y hay gente que ni uno ni lo otro.

Hay gente que se rompe a pedazos y ya no se recompone y gente que se eleva, a la luz del ocaso. Hay gente de sangre y gente de barro.

Hay gente que come. Y gente que bebe. Los hay que inspiran y los hay que expiran. Hay gente que viene y gente que va. Hay los que se pegan. Y los que desaparecen. O callan.

Hay gente de tú, y gente de yo y de yo y de yo. Los hay que nosotros y los que nadie.

Hay gente que son ejemplo a seguir y gente que sigue y busca y rebusca ejemplos a seguir. Hay gente que adora y gente dorada. Agradecida y bendecida. Gente iluminada por el sol de la mañana. Hay gentes que oscurecen el amor y gentes que alumbran las montañas. Los hay que repican campanas y los hay que replican sin más.

Hay gentes que son linaje y gentes que hilan y tejen. Están los que se rompen y los que conectan. Los que reconectan y llegan. Hay gentes que nacen y renacen. Hay gente herida y gente que hiere. Valientes, dolidas. Diamantes y turba.

Hay gente que siembra y gente que abona. Los hay que recogen y los hay que ofrecen. Se ofrecen.

Hay gente que cambia.

Hay gente que es.

Y yo, también, hay momentos en que,

bajo el árbol frondoso, 

también siento que soy gente que.


martes, 23 de agosto de 2022

ESPACIOS NACIENTES

 



Hay un perro que, detrás de un seto, mira como un gato duerme. A lo lejos, tres caballos, espantan las moscas con sus patas traseras. El gato, impasible, descansa su cola mientras sus orejas, atentas, siguen los pasos que se acercan.

Los pasos silenciosos regresan a su hogar temporal. Como matriz que acoge amorosa, el hogar les regala una noche a la luz de las velas. Las llamitas de las velas danzan armoniosas al compás de una canción italiana. Canta de alguien que marcha. Triste. Muy triste. La tristeza en el ambiente se envuelve, calurosa, del abrazo de las historias de C.

C. habla despacio, como si saboreara cada palabra. Masticando cada recuerdo. Todos, simplemente, atienden. Ahora que han aprendido a prestar a tención. A atender a lo que hay. Afuera y adentro. A hacerle un espacio de bienvenida a lo que llega Y lo que llega puede ser trueno o lluvia, lágrimas o besos, sonrisas o juegos, padre, madre e infante… El vacío ya no se moja.

Esperan y no. Como si la espera ya hubiera llegado a su destino. Como si el alma los hubiera, por fin, alcanzado.

Las viejas piedras de la casa también escuchan. Atentas.  ¡Cuántas vidas habrán visto nacer! Las celebran. Las bendicen.

Las historias de C. se entremezclan con las historias que ellos se cuentan. Las que se solían contar y las nuevas historias aún no acabadas. Nuevos espacios, nuevos caminos. Las nuevas historias comienzan a retumbar, como el trueno que, ya a lo lejos, se desvanece.

Una mano se recoge, un pie se aposenta en el suelo. Hay miradas por todas partes. Respiraciones y suspiros que se respiran a sí mismos. Que se dan aliento. Suspiros suspirándose. Espacios exteriores, húmedos, cálidos, risas y frases inventadas, chistes con código, el compartir de bandejas de fruta. Alimentando de vida nuevos espacios nacientes. Como el camino, nutriéndose a sí mismo.

Y se jalea el aire. El aire que entra y sale. Sale y entra. Entra y sale. Suspira y jalea. Darle espacio al dolor y jalearlo. Respirarlo. Darle espacio y, darse cuenta entonces, que ahí se cobijan todas nuestras posibilidades.

Como quien batea el trigo para desgranar la espiga. Y el oro del grano, regalo inesperado. Como perla en el camino. Tantas perlas desgranadas que uno podría engarzar un collar. Largo, muy largo. Solo el hilo los une. Así invisible como el perro que, ahora, ya se fue, galopando, en busca de un pichón. A lo lejos, tres caballos relinchan.

Aquí, ya todo es paz.


domingo, 12 de septiembre de 2021

PRIMERA CITA

 


A pesar del calor de agosto, el hombre viste camisa de manga larga, pantalones de pinza y zapato cerrado. Las sienes blancas y las manos secas. A duras penas se le sostienen las gafas para leer el menú y achica los ojos al llegar a la carta de vinos.

̶ ¿Te gusta el blanco?

̶ Me gusta el blanco. Muy frío.

Gracias al calor sofocante de agosto, la mujer viste un traje de una pieza, azul marino con una flor pintada a mano a la altura del hombro y sandalias con una ligera cuña. Sus dedos ajados ya están cansados de poner en su sitio el tirante que se le cae del hombro cada quince minutos. Aún y así, sonríe tímida.

La barba del camarero parece que les invita a dejarse ir, pero ellos mantienen las formas. La anchura de la mesa y el pequeño jarroncito custodian su tímida conversación mientras el tintineo de las copas entrechocan sin querer al posarse sobre el mantel.

̶ ¿A quién se parece tu nieto?̶   rompe el hielo ella antes del primer plato.

̶ Deberíamos ir a bailar alguna tarde, ¿no te parece? ̶ se aventura él mientras desmigaja el pan.

Tres risas, cinco miradas furtivas y más de cien silencios. Él repite de carrillada al horno y ella ya pide el café. Con leche. Descremada. Y hielo. El bigote del camarero asiente travieso. 

Las manos del viejo dejan los cubiertos encima del plato y se levanta para ir al baño. Al pasar por su lado, levemente posa su mano en su hombro y, dulce, recoloca de nuevo el tirante del vestido. Ella sonríe y agradece discreta.

̶ ¿Todo a su gusto, señora? ̶ pregunta el camarero mientras retira platos y cubiertos. Ella asiente con la cabeza mientras ya se enciende un cigarrillo. Tira la colilla al suelo cuando él regresa arrastrando los pies. Levanta la cabeza y hace el amago de sonreír.

Pagan y se van. Él le ayuda a colocarse el bolso y ella le acaricia la barba con mimo.

̶ Me alegro que me llamaras ̶ susurra ella antes de emprender la marcha.

̶ Me alegro que dijeras que sí ̶, responde él y, entonces, se da cuenta de la barba del camarero. Le guiña un ojo y sonríe en la distancia mientras renueva la mantelería de la mesa.

Bajan la calle lentos, disfrutando a cada paso. Solo al final, antes de desaparecer por la esquina, ella se recoloca de nuevo el tirante y se atreve a sujetarle del brazo por primera vez.


viernes, 23 de julio de 2021

LEGADOS INTERGENERACIONALES

 


Hay un abuelo en la calle. Y no digo abuelo porque tenga muchos años, que también. Digo abuelo porque lo es. A primera hora de la mañana, el viejo empuja el cochecito del más pequeño de sus siete nietos. Los pies se arrastran y pisan indolentes sobre el asfalto. Las manos ajadas y los ojos saturados. Pocas cosas quedan para ver. Eleva penosamente la parte frontal del carrito y entra en la panadería de la esquina. “Tres barras, por favor”, pide con voz áspera. Encaja las cinco monedas del cambio en el bolsillo trasero de sus pantalones de pana. Sale y hace sol. El crío balbucea y eructa, infla los carrillos y se chupa los talones. El abuelo sonríe y, con suavidad y mucho mimo, le da el cuscurro más tierno.