martes, 19 de julio de 2016

CORAZÓN EN OCHO





Es un hombre fuerte. Tan alto y moreno que parece un gigante de cuento infantil. Las espaldas anchas, muy anchas. Y las manos grandes, muy grandes. De niño pisó la calle más que el cuarto de baño de un hogar medio roto. Su madre apenas le dio un abrazo y su padre desapareció cuando todavía no tenía conciencia del paso del tiempo. Pasó de tumbar latas al tirachinas a pasar papelinas en las esquinas del centro de la ciudad. Lleva encarcelado unos tres años. Los rumores de comedor dicen que se cargó a dos guardas jurados en una trifulca; solo con sus manos. Se pasa las mañanas en el gimnasio, levantando pesas ensanchando sus espaldas un poco más. Muchos le temen, la gran mayoría lo rehúyen. Y él solo gruñe cuando hay cola en el baño. Entonces al oírlo, una fila de ojos temerosos se giran y le dejan pasar. Rezan por que aún quede papel higiénico colgando del gancho.

Hace una semana, en el poyete de su ventana, se posa un gorrioncillo con el ala rota. ─Se habrá caído del nido que hay en el techo─, piensa mientras lo recoge con cuidado entre sus manos haciendo una especie de jaula de cariño entre sus dedos.

Se pasa los días guardando migas de pan mojadas en leche y se las da gota a gota al pobre animalillo. Lo lleva de paseo en el patio de cemento metido en el bolsillo de su camisa azul marino; dándole el calor de su pecho tatuado. Gorrión y gigante, gigante y gorrión, como en una sinfonía de historia interminable, como una fantasía de inocencia escondida se pasean por el patio dos horas al día. Son temidos y envidiados al tiempo. El gorrión asoma divertido su pico por encima del bolsillo. El gigante se pasea orgulloso, escondiendo su ternura más allá del pecho.

Hoy, el gorrión ha querido aventurarse algo más e intentar un tímido vuelo. Cae al suelo irremediablemente y se estampa en el pétreo suelo. Ay, inocente que creías que tu ala te sostendría. El gigante da tres pasos sin percatarse del fortuito accidente de su amigo. Justo en ese segundo, en ese mismo segundo, el pie de otro preso pisa la cabeza del pequeño gorrión  y sigue corriendo en su entrenamiento matutino. Crec.
El gigante se gira y apenas le da tiempo de darse cuenta de la pequeña mancha roja con plumas en el suelo. Alarga el brazo y con su gran mano agarra la cabeza del corredor inconsciente. Le da media vuelta, lo mira con ojos ensangrentados, le escupe en la frente y le estampa la cara en el suelo. Una, dos, tres veces. Hasta que le sangra la nariz en su colérica reacción. Cuatro, cinco, seis. Le pega dos puñetazos en las costillas y cuatro patadas en el estómago. El preso corredor queda inmóvil en el suelo, en una mancha roja y sin plumas, pero con la camisa desgarrada y los ojos hinchados.

Cuando el celador, ya en su celda, le pregunta al gigante, éste solo puede responder suavemente: ─Era un simple pajarillo. Un inocente pajarillo. Un inocente pajarillo...


Su mirada se aleja. Cada vez más lejos.




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